
En el corazón del barrio que lleva su nombre, entre la calle 14 y las esquinas 27 y 29, se esconde entre la maleza uno de los rincones más misteriosos y legendarios del municipio: el cenote Holinchén.
Aunque actualmente permanece cubierto por hierbas y arbustos que dificultan su acceso, entre los vecinos aún perdura la fascinante creencia de que este cenote es donde se forman los verdaderos toreros.
De acuerdo con relatos de los habitantes más antiguos de Acanceh, el Holinchén no es un simple accidente geográfico, sino un sitio cargado de historia oral y misticismo.

En tiempos pasados, era visible como un pequeño agujero oculto bajo un frondoso árbol, al que apenas podía ingresar una persona por su reducido tamaño.
Hoy, el acceso está prácticamente bloqueado por la vegetación, pero la leyenda se mantiene viva en la memoria colectiva de los lugareños.

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Agustín Cob, un abuelito de la comunidad, recuerda con claridad las historias que escuchaba de niño, contadas por su padre.
“Se dice que quien entra al cenote se convierte en torero, de los que salen famosos y enfrentan a los astados con valentía. Era un lugar muy estrecho, pero muchos intentaban entrar sólo por lo que se decía que ocurría dentro”, relató.

“Cuando era niño, junto con mis amigos fui a ese lugar, es un cenote cuya entrada debajo de un gran árbol está muy estrecha. Hoy en día el lugar está lleno de hierbas, es un monte donde no se puede acceder, pero lo que más llama la atención es lo que se dice del sitio, de las leyendas e historias que giran alrededor de este cenote”, señaló.
De acuerdo con esta leyenda, el cenote es un sitio mágico donde los aspirantes a toreros son puestos a prueba en un ruedo fantástico, con público y todo.

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Otra vecina, Domitila Sánchez, narra una de las versiones más impactantes de la leyenda. En ella, un hombre logra ingresar al cenote y, tras avanzar por el pasadizo oscuro, llega a un claro que se transforma en una plaza de toros. Allí, es ovacionado por un público invisible mientras se enfrenta a Juan Tuul, un enorme toro negro con ojos rojos, considerado el mismísimo diablo convertido en bestia.
Sólo quienes logran torear al Juan Tuul salen convertidos en verdaderos toreros. Los que fracasan, simplemente no regresan.
Así, entre el mito y la tradición oral, el cenote Holinchén es un símbolo oculto de la identidad cultural y fantástica de Acanceh.