
En el corazón de la Península de Yucatán, donde la lengua maya aún resuena en hogares, mercados y escuelas comunitarias, la resistencia cultural convive con una realidad que duele: marginación, falta de oportunidades y abandono institucional.
Con motivo del Día Internacional de los Pueblos Indígenas —que se conmemora cada 9 de agosto— el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) presentó nuevos datos que revelan tanto la riqueza cultural como las profundas desigualdades que enfrentan las comunidades indígenas del país.
La Península de Yucatán, cuna de la civilización maya, aparece como una de las regiones con mayor porcentaje de población que se identifica como indígena y además habla una lengua originaria. En esta entidad, el 24.3% de la población cumple con ambas condiciones: se reconoce como indígena y conserva su idioma original. En Quintana Roo, ese porcentaje es del 12.9%, mientras que en Campeche, aunque hay presencia maya significativa, las cifras no figuran entre las más altas.
La estadística confirma lo que muchas comunidades han defendido por generaciones: que la identidad indígena sigue viva, no sólo como herencia cultural, sino también como una realidad cotidiana, hablada y vivida. Municipios como Maní, Oxkutzcab y Peto en Yucatán, o Felipe Carrillo Puerto, Bacalar y José María Morelos en Quintana Roo, son ejemplos de esta permanencia.
La lengua como resistencia
La preservación del idioma maya es más que una forma de comunicación. Es un acto político, una defensa de lo propio frente a siglos de colonización y marginación. Por ello, hablar maya en casa, en la escuela o en el trabajo es también un recordatorio de que la historia del país no comenzó con la conquista ni termina en los centros turísticos.

Noticia Destacada
¿De qué mueren las mujeres y los hombres en la Península de Yucatán? Esta es la principal causa, según el Inegi
Sin embargo, esta riqueza cultural contrasta con realidades dolorosas. Según la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (Enadid) levantada por el Inegi en 2023, el 19.1% de las personas indígenas mayores de 15 años no sabe leer ni escribir, y casi una cuarta parte (el 23.7%) de niños y adolescentes indígenas entre 3 y 17 años no asiste a la escuela.
En comparación, sólo el 13.4% del resto de la población en ese rango de edad se encuentra fuera del sistema educativo formal. Más aún, el rezago es mayor entre las mujeres indígenas: 24.2% son analfabetas, frente al 3.1% de las mujeres no indígenas.
Esta brecha educativa en los pueblos originaros afecta directamente las posibilidades de acceso a empleo digno, salud, seguridad social y participación política.
Una economía desigual, una lucha silenciosa
A nivel nacional, 64.6% de la población indígena mayor de 12 años realiza alguna actividad laboral, una tasa ligeramente mayor que la del resto de la población. Pero al desagregar los datos por género, la desigualdad se profundiza: sólo 45.2% de las mujeres indígenas participa en la economía, frente a 86.1% de los hombres indígenas.

Noticia Destacada
Vivienda, huevo y comida callejera se elevan, pero inflación baja a 3.51% en julio de 2025
Esta diferencia no sólo refleja barreras estructurales, sino también códigos culturales y cargas históricas que colocan a las mujeres indígenas en una doble vulnerabilidad. En muchos casos, ellas son también las principales transmisoras de la lengua, las tradiciones orales, las formas de cultivo, la medicina tradicional y los saberes ancestrales. Sin embargo, rara vez reciben el reconocimiento —y mucho menos los recursos— que merecen.
Más que folclor: derechos humanos
La conmemoración del Día Internacional de los Pueblos Indígenas (establecida por la ONU) no es una fecha para el folclor ni el turismo cultural, sino oportunidad para reflexionar sobre las deudas históricas del Estado con estos pueblos, y recordar que la lucha por el reconocimiento y la equidad no ha terminado.
Mientras se promocionan sitios arqueológicos y rituales como parte del atractivo turístico de la península, las comunidades que mantienen viva esa herencia muchas veces viven sin servicios básicos, sin acceso a la salud o a la justicia, y con un abandono sistemático de sus derechos.
Las cifras lo dejan claro: la identidad maya resiste, pero necesita algo más que discursos simbólicos. Necesita políticas públicas con enfoque intercultural, inversión sostenida y voluntad política para cerrar las brechas que la marginación ha profundizado durante siglos.