
Una madre de familia, originaria de Oaxaca y cuya identidad se reserva, pide apoyo junto a su hija bajo el intenso sol en la avenida Las Torres. A pesar del calor, la mujer ofrece utensilios de madera, mientras la pequeña sostiene un cartel con la leyenda: “Se cambia por útiles escolares o despensa”.
Ambas llegaron a Cancún hace unos meses con la esperanza de encontrar una oportunidad para salir adelante. Rentan un pequeño cuarto en una Supermanzana y dependen por completo de lo que logran obtener durante el día. Los utensilios que ofrecen fueron elaborados en su comunidad de origen, con la idea de venderlos o intercambiarlos por comida y útiles escolares, antes del inicio del nuevo ciclo escolar.

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Su rutina comienza desde temprano: la mujer empaca los productos y camina junto a su hija hasta algún punto donde puedan instalarse. No siempre pueden permanecer en el mismo lugar; a veces deben moverse para evitar conflictos con personas que no les permiten vender o en busca de zonas con mayor afluencia.
La mayoría de las veces, las ganancias apenas alcanzan para cubrir la renta y algo de comida, dejando en segundo plano necesidades como los útiles o la ropa escolar.
En medio del tráfico y el ruido de la avenida, algunas personas se detienen a ayudarlas. Hay quienes les entregan una libreta, una mochila o lápices, y a cambio reciben una cuchara o espátula de madera. Otros simplemente donan una bolsa con despensa o ropa sin esperar nada a cambio.
No todas las jornadas terminan igual. A veces regresan a casa con algo que les servirá para la semana, y otras, con las manos vacías.

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Los utensilios que venden son fruto del trabajo realizado en su comunidad antes de emprender el viaje. Fabricarlos requirió tiempo y esfuerzo, y representan no sólo un medio de subsistencia, sino también un vínculo con su tierra natal. Su plan inicial era quedarse en Cancún solo el tiempo necesario para reunir algo de dinero y regresar, pero la falta de recursos y las dificultades para vender han prolongado su estancia.
Su día se resume en resistir bajo el sol, confiando en que alguien se detenga a ayudarlas. Entre el calor, el ruido y el cansancio, la esperanza sigue siendo su motor, con la ilusión de que pronto su hija pueda iniciar clases, y de que, más adelante, puedan volver a Oaxaca con una historia distinta que contar.