
Campeche arde. No es metáfora. Las temperaturas rebasan los 40 grados y el sol se convierte en un enemigo feroz, calienta banquetas, asfixia a los techos de lámina y convierte cada salida al aire libre en un acto de resistencia. Pero si algo distingue a los campechanos es su capacidad para encontrarle el sabor a todo… incluso al calor.
En medio del sofoco, emerge una solución dulce, fría y picante: las chamoyadas. Más que un antojo, son un ritual de supervivencia climática. En cada esquina, carretas, neverías y pequeños locales artesanales ofrecen el clásico vaso rebosante de hielo frappé, bañado en chamoy, coronado con tajín, tamarindo, gomitas o una banderilla picosita, y en algunos casos, hasta un toque de chile habanero. Porque aquí, el picante también refresca.

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Y si de creatividad se trata, las chamigomas son una explosión de dulzura y acidez que mezcla trozos de gomitas con salsas, polvo de chilito y hasta hielito triturado. Para algunos, una “locura”; para otros, el alivio perfecto tras una caminata bajo el sol campechano.
“Una chamoyada bien fría te devuelve el alma al cuerpo, sobre todo si vienes del mercado de la colonia o después de estar en el camión, donde sientes que ya no respiras”, comenta entre risas doña Luisa, quien todas las tardes a la salida de la escuela de su nieta pasa a comprarse su chamoyada para pasar el calor.

Más allá del gusto, estas delicias se han convertido en parte del paisaje urbano en temporada de calor. Si ves a alguien caminando por la calle con un vaso escarchado, popote ancho y el rostro aliviado, seguramente acaba de entrar en contacto con su dosis diaria de chamoy.
En Campeche, cuando el sol no perdona, el remedio no está en el aire acondicionado: está en un vaso, frío, colorido, ácido y dulce a la vez. Porque aquí, el calor se enfrenta con sabor.
JY