Por Edgar Rodríguez Cimé
A pesar que se diga que en Yucatán “alzas una piedra y te encuentras un artista”, cuando a fines de los años 90 del siglo XX se publicó una antología de poesía mexicana contemporánea no aparecía un solo versificador de estas lajas, aunque sí reconocía el talento de alguien formado inicialmente aquí, pero oriundo de otro estado, Quintana Roo: Javier España.
A pesar de que el Centro Yucateco de Escritores (CYE) nucleó a la gran mayoría de literatos emergentes surgidos de talleres literarios en los años 80 del siglo XX, las mejores plumas emigraron: el poeta Jorge Pech, al parecer se fue a Tabasco; Javier España, gran promesa jaló para Quintana Roo; y Carolina Luna, destacada narradora, arrió sus velas para la Ciudad de México.
Conforme fue haciéndose más evidente la corrupción de puestos, concursos y premios por parte de quienes dirigían el CYE (de allá salían los futuros “Directores de Literatura” del Gobierno de Yucatán con tendencia priista), iba surgiendo una nueva camada de escritores locales que cuando fueron bastantes se organizaron cono Red Literaria del Sureste (RLS) para conformar otro grupo literario de donde también comenzaron a surgir “funcionarios de cultura”.
Pero si bien los grupos de escritores funcionaban como “semilleros” de funcionarios tricolores, no lo hacían con la misma eficacia a la hora de “producir buena literatura” acorde con los tiempos contemporáneos, pues sus miembros, egresados de talleres literarios o universidades públicas o particulares, resultaban mejores docentes que creadores contemporáneos.
Lo anterior queda expresado en desafiantes ejemplos de “escritor@s” que no han escrito ningún libro “porque no han sentido la necesidad de hacerlo”, en “jurados” de Consejos Editoriales que no escriben o en patéticos casos de alguna “escritora” con una única obra, pero que aparece en la nueva Enciclopedia Yucateca en pose pretenciosa, como si fuera “Elena Poniatowska”, cuando las demás escritoras, con más trayectoria y obras publicadas, aparecen retratadas “naturales”.
Aun así, entre los creadores del CYE sobresalen los narradores Carlos Martín y Will Rodríguez, así como el teatrero Ivy May, mientras que por la Red Literaria del Sureste destaca la buena poesía de José Díaz Cervera, autor que conjuga la creación con la docencia, la narrativa de Joaquín Peón y Juan Esteban Chávez así, como el poeta Manuel Iris, quien luego de publicar en dos países sudamericanos emigró a Estados Unidos, desde donde lo promueven a otras naciones.
Los demás vienen repitiendo temas, lenguajes, prejuicios y visiones.
En el lado B del universo literario yucateco, por fuera de las “mafias” que controlan puestos de trabajo, becas, reconocimientos y premios, también existe talento. Conrado Roche lo viene demostrando en los últimos 30 años; también la narrativa de Miguel Hernández Madero; y Rígel Solís lo continúa reafirmando en el siglo XXI, por no hablar de las nuevas generaciones de literatos emergentes, antologados por el narrador Adán Echeverría, otro talento narrativo que vivió en estas ardientes lajas yucatecas.
Por si fuera poco, en este lado B también están figurando los poetas, recopilares, ensayistas, cuenteros y hasta, en un proceso de apropiación de lenguajes y géneros literarios de Occidente, la nueva novelista maya yucateca, Marisol Ceh Moo, quien con sus historias largas cargadas de sentimientos, está “moviéndole el tapete” a los críticos literarios en idioma español.
Entre los nuevos escribas mayas también destacan: el gran cuentacuentos de Becal, Campeche, Domingo Dzul Noh; el maestro del teatro maya épico contemporáneo, Armando Dzul Ek (+), de Oxkutzcab, Yucatán; el poeta maya Waldemar Noh Tzec, avecindado en Chiapas; la poetiza campechana Briceida Cuevas Cob; el narrador y ensayista de Muxupip, Santiago Domínguez Aké o el doctor en lingüística, Fidencio Briceño Chel.
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Colectivo cultural Felipa Poot Tzuc