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Cultura

Unicornio Por Esto: Las esposas del pecado

Dos ficciones son presentadas por Abraham Jesús Pech Barrancos y Diana de Jesús Soberanis Mena, quienes trabajaron en la Historia, concepto y escritura, mientras que Paola Claros Arteaga se encargó de la Corrección, ajuste y escritura, en relatos de suspenso y autorreconocimiento.
Unicornio Por Esto: Las esposas del pecado
Unicornio Por Esto: Las esposas del pecado

Domingo 3 de noviembre de 2025

En la algarabía de las fiestas de Hanal Pixán, donde las personas van a visitar a sus difuntos al cementerio, y las flores de cempasúchil adornan el descanso de los muertos, la celebración fue interrumpida por la presencia de la policía, forenses y autoridades del lugar. Tuvieron que sacar a las personas, acordonando el área. Horas antes, una niña había encontrado el cadáver de una mujer que flotaba en una de las fosas. El cuerpo podría haber pasado desapercibido, de no ser porque la lluvia llenó la fosa dejando al descubierto el asesinato.

Según el forense, el cuerpo putrefacto pertenecía a una mujer de entre veinticinco y treinta años. Llevaba aproximadamente cinco días en descomposición y, a pesar del fétido olor que desprendía, era normal encontrarse con este tipo de aromas en un cementerio que, por si fuera poco, había sido opacado por el exceso de flores y el incienso de los últimos días. La imagen de aquel cascarón vacío era impactante: le faltaban partes de piel, pues la habían despellejado como a un cerdo. Desde su mejilla sobresalía una enorme herida llena de gusanos.

Cuando llegué al lugar de los hechos, mostré mi gafete a los oficiales: Judith Grimes de la Rosa, la única de la División de Asesinos Seriales, de la Unidad de Crímenes Violentos. Observé el cuerpo de la chica, inhalé profundamente el humo de mi cigarro al fijarme en sus pechos mutilados. Un oficial, tras de mí, hizo un mal chiste sobre la leche mamaria y me reí entre dientes. Este trabajo te cambia: debes tener un extraño sentido del humor y una indiferencia humana para no volverte loco. Por mi parte, hace mucho tiempo que abracé la locura.

 A unos pasos de la fosa, bajo la suela de mi bota, un charco rojizo ennegrecido por la suciedad del cuerpo se dispersaba por el cuero, rodeándolo, engullendo, cubriéndolo con la muerte. Un soplo de viento barrió delicadamente las hojas naranjas esparcidas en los caminos de las tumbas, como un grito pidiendo ayuda. Varios oficiales hablaban de “El Carnicero”; con esta, eran treinta y dos mujeres asesinadas. Mordí fuertemente el interior de mi labio, aborreciendo la escena.

Lunes 4 de noviembre de 2025

La mujer se llamaba Érica Montero, según su huella dactilar. Había sido reportada como desaparecida el 28 de octubre. Fue su esposo, Leopoldo Serrano, quien dio el aviso. En su declaración preliminar, él mencionó que ella había salido a comprar víveres al mercado Lucas de Gálvez a las 16:00 horas, pero después ya no regresó. La llamó varias veces, mas no le contestó. La trató de buscar en los lugares que frecuentaba y no la encontró. Esperó hasta la noche para ver si volvía… no fue así. Entonces Leopoldo pidió ayuda a la policía, la cual tampoco tuvo éxito en encontrarla.

Leopoldo es el pastor de El Divino Fuego, una iglesia cristiana de Chuminópolis. Él y su esposa eran los líderes de la iglesia, dirigentes de una congregación bastante grande. Llegué hasta su casa para interrogarlo. Repitió la historia de haber estado en su hogar esperándola. Generalmente, en un feminicidio el primer sospechoso es la pareja: novio o esposo. Sin embargo, el registro de sus llamadas coincidía con los horarios mencionados en su relato. Recordar a su esposa lo hizo romper en llanto. No dejaba de decir que era una buena mujer, muy santa, una sierva de Dios y que no le había hecho mal a nadie.

Antes de retirarme, observé que había pilas de periódicos amarrados en una esquina. Cuando le pregunté, me respondió que leían con regularidad el diario del día y después vendían el papel. El dinero obtenido era destinado a la iglesia. Al salir de su casa, lo escuché llorar. Me dio lástima.

Viernes 8 de noviembre de 2025

Muchos en la Central de Policía piensan que es otro caso perdido de feminicidio del Carnicero, quien lleva matando desde hace dos años. Ningún departamento ha  encontrado una pista. Tengo las fotos de las mujeres asesinadas: todas murieron por asfixia con una bolsa de plástico, sus cuerpos degollados desde el cuello hasta el pubis. Cortes finos, limpios. Los asesinatos no tenían ninguna huella, ningún fluido, ni siquiera un mechón de pelo. Todas eran prostitutas. Érica Montero era diferente a ellas: una cristiana devota y una esposa ejemplar. Me recordaba mucho a Magdalena, mi mamá, quien también fue una mujer dedicada a su iglesia.

El forense me informó que fue brutalmente apuñalada: quince punzadas en el pecho y veinticuatro esparcidas en su espalda. Después fue degollada y tenía las marcas de una bolsa en el cuello. Lo cual no tiene sentido… ¿Matar primero a la víctima y después asfixiarla? Cualquier asesino serial promedio sabe bien dónde atacar para provocar una muerte rápida, pero muchas de las puñaladas estaban esparcidas en puntos al azar, lo que puede entenderse como un ataque lleno de ira. ¿Se cometió un error? No. En estos dos años no hubo errores. Lo sé. Tengo dos posibles hipótesis: El Carnicero la asesinó por algo personal y rompió su modus operandi —aunque es realmente improbable—, o hay alguien que se está haciendo pasar por él.

Sábado 9 de noviembre de 2025

Al revisar, las últimas transacciones de la cuenta bancaria de Erica Montero, encontré un cobro de mil 880 pesos de Aeroméxico, realizado dos semanas atrás. Cuando llamé al aeropuerto, la aerolínea me informó que se había comprado un boleto de avión con destino a la ciudad de Puebla. La fecha del vuelo era el 28 de octubre, el día de su desaparición. Le pregunté a su esposo si tenían planeado algún viaje, pero él afirmó desconocer la compra. Como llegué en la noche a su casa para hacerle las preguntas, Leopoldo me invitó a la misa que dirigiría en honor a su esposa.

Más que por presentar el pésame por la difunta, admito que acepté asistir por los bocadillos que darían al final. No había cenado algo decente desde que encontraron el cuerpo de Érica. El apetito se me había ido. Sentía mi cuerpo arder sólo de recordar su cuerpo, ultrajado y dejado en la tierra como un perro.

Jueves 12 de noviembre de 2025

Entre las personas interrogadas, Gaspar y Esther —sus vecinos de casa— proporcionaron una información bastante interesante. Según ellos, el señor Leopoldo tiene un carácter muy fuerte y desagradable. A menudo escuchaban cómo él le gritaba a su esposa. Esther relató cierta ocasión en la que se encontró a Érica en el mercado y ella parecía demacrada. No llevaba maquillaje, así que las ojeras se le marcaban demasiado. Tenía la piel pálida, como si no se hubiera alimentado bien. Cuando se acercó a saludarla, notó que a Érica le costaba trabajo respirar, como si le doliera el estómago. Se acompañaron un rato y, en ese tiempo, Érica no dejaba de ver el celular, mencionando: “No debo tardar mucho, a mi esposo le gusta llegar y tener la comida lista.”

Además, antes de irme, me confesaron haber escuchado vidrios o platos rotos el día que desapareció, seguidos de llantos de mujer. Escucharon que Leopoldo gritaba: “¡Y la mujer se subyugará al hombre, está escrito!”

Viernes 13 de noviembre 2025

Tengo una posible corazonada: Alfredo Hernández es el nombre que más sobresale al revisar el perfil de Facebook e Instagram de Érica. He visto que, en cada publicación o foto que ella subía, esta persona reaccionaba y, muy de vez en cuando, le comentaba algo. Sus escritos parecen los de un viejo amigo y eran bien respondidos por Érica.

Sin embargo, al entrar a su perfil, descubrí que Alfredo tiene apenas cinco años desde que creó su cuenta. Según la información en su perfil, vive en San Pedro Cholula, Puebla. Respecto a sus fotos, tiene muy pocas subidas: apenas cinco en las que se ve su rostro —moreno, cabello rizado y bastante atractivo—. El resto del contenido está relacionado con agricultura, libros viejos y bodegones. Sus publicaciones rara vez obtenían algún “like”, y lo curioso es que, desde el 28 de octubre —fecha en la que Érica desapareció— Alfredo no ha posteado nada.

Domingo 14 de noviembre 2025

Un poco renuente, Leopoldo me proporcionó el teléfono de su esposa. Desbloquearlo no fue difícil, sé algunas cosas de hackeo. Lo bueno es que Érica tenía sus redes sociales abiertas en automático, así que pude revisarlas sin necesidad de su contraseña. Tenía razón: Érica y Alfredo llevaban mensajeándose bastante tiempo casi desde hace dos años. Fue él quien comenzó a hablarle y, poco a poco, se ganó su confianza. Se hicieron cercanos.

En sus conversaciones, Érica le pidió sólo hablar por Messenger a pesar que él le pidió su número. Jamás hablaron por WhatsApp. Imagino que Érica tenía miedo de ser descubierta por su esposo. Muchos de los textos de Érica relataban cómo su marido abusaba de ella física y sexualmente. Sigo leyendo sus mensajes.

Martes 16 de noviembre

El jefe de la policía me ha presionado para entregar avances de la investigación o cerrar el caso si no hay un indicio que nos acerque a El Carnicero. Parece que estar investigando la vida matrimonial de un pastor respetado en la ciudad no deja bien parado al cuartel. El regaño hizo que me diera una escapada a uno de mis viejos escondites: el bar Miel de Agave; céntrico y familiar, donde me gusta la música y las jarras baratas. Con la espuma del alcohol refrescando mis labios, me acordé de los últimos mensajes entre Alfredo y Érica: se habían puesto de acuerdo para que ella lo fuera a ver a Puebla, dejando a su marido.

La tarde se arruinó cuando un señor bastante obeso entró con dos prostitutas, una a cada lado, jovencitas que apenas habrán cumplido la mayoría de edad. El tipo se la pasó agarroteándolas, metiéndoles la mano, y ellas sólo se reían juguetonamente. Con discreción les tomé una fotografía: una de ellas tenía un tatuaje de mariposa en forma de flor en el hombro. No quise olvidar sus rostros. Sentí miedo por ellas y una especial repulsión por él. Seguramente es de esos desgraciados que tienen a la esposa fiel en casa.

Miércoles 17 de noviembre de 2025

Llegué a casa del pastor para informarle que tenía un sospechoso: Alfredo.

Él lloró, alegando que su esposa hubiera sido incapaz de serle infiel. Además, se mostraba incrédulo de las historias sobre violencia que contaba. Entre sus sollozos, me llamó la atención cuando dijo:

— ¿Cómo pudo confiarle tanto a ese contador?

Me sorprendió, ya que la conversación que le enseñé no decía nada sobre su profesión, ni en el perfil. Entonces ¿cómo sabía ese detalle?

En la noche llamé a Joel, mi excompañero. Experto en hackear redes sociales y de quien había aprendido ya mucho. El tipo siempre estuvo enamorado de mí, así que con un buen acostón me ayudó. No le fue difícil, en menos de diez minutos logramos entrar a la cuenta de Leopoldo.

Revisamos sus chats, algunas de sus fotos, las cosas parecían “normales”, pero fue su historial de búsqueda lo que nos llamó la atención. “Elías Alcorta” era el perfil de un joven dominicano, con una cuenta de más de 15 años de antigüedad. Algunas de sus fotos eran exactamente las mismas que tenía Alfredo en su perfil.

Para mí era seguro: la cuenta de Alfredo había sido creada por Leopoldo como un juego enfermizo para controlar a Érica, pero se le salió de las manos. Ella se enamoró del personaje que él mismo inventó.

Además… Leopoldo sabía la forma de matar del Carnicero por los periódicos que leía a diario. Esa información era pública. Trató de esconder su culpa, añadió la asfixia y la degollación sobre la piel de su esposa para que pasara por otro crimen de El Carnicero.

Jueves 18 de noviembre 2025

Un oficial me acompañó para arrestar a Leopoldo. Las pruebas eran claras y él no se inmutó cuando se las eché en cara. O eso pensé, hasta que, al momento de arrestarlo, se abalanzó sobre el oficial y forcejeó con él por el arma. Revolcándose en el suelo, un disparo salió de improviso. La bala le dio directo en el pecho al oficial y este cayó muerto al instante.

De inmediato, le apunté con mi arma solicitando que se calmara. Leopoldo apuntó a su propia cabeza vociferando que era mejor suicidarse a perder su prestigio como pastor en la iglesia. Rápidamente, antes de que pudiera apretar el gatillo, le disparé en la muñeca evitando que lo hiciera. Mientras se retorcía de dolor, le golpeé la cabeza noqueándolo. Esposado y amordazado con la cinta que traía, metí a Leopoldo en la cajuela del auto.

 Viernes 19 de noviembre de 2025

Mis compañeros han estado buscando a Leopoldo por todo Yucatán. Lo más difícil fue provocarme unos moretones en la frente, para justificar que me dejó inconsciente y que él se escapó del arresto. Pero no es nada en comparación al odio que le tengo. Sin embargo, debo agradecerle, me ahorró tener que dispararle al oficial que iba conmigo. Él no debía llegar a la prisión. Era mío. Sólo mío.

Lo encadené en el sótano, dejándolo en completa oscuridad desde que lo traje. Ya no le escuchaba quejarse por el dolor. Me deleitó el aroma a sangre y a residuos humanos al entrar. Todo un deleite. Prendí la luz. El piso tapizado resplandeció cuando encendí el foco de la habitación, era casi hipnótico…

Llorando, Leopoldo me preguntó por qué hacía eso, si yo era policía.

—No te castigo por matar a la chica, oh no, no. Te castigo por hacerte pasar por mí.

Al otro lado del rincón, estaban dos mujeres encadenadas. Llenas de orines, débiles, llevaban cinco días sin comer. Leopoldo desprendió un alarido de terror cuando observó que a la primera chica le arranqué un pedazo de piel con mi bisturí. La mariposa tatuada se llenó de sangre. Sus gritos se unieron a las chicas mientras las degollaba vivas.

Sus alaridos eran merecidos y eran la forma que tenía de honrar a mi madre, aquella mujer abnegada que me dio la vida y a la que un asqueroso infiel, fanático de las prostitutas, lo desgració la vida cuando la contagió del maldito VIH.

Mi padre ya pagó sus pecados, yo misma me encargué de él. Pero ellas también son culpables. Son las verdaderas culpables de que tantas esposas dedicadas y leales mueran.

En cada pedazo de piel que les arrancó pienso en las Magdalena de la Rosa, en las Érica Montero, en las “otras” y en “nosotras”.

Los cuatro estados de Nerissa

1. Hielo

A mi querida madre:

Desde hace tres o cuatro días me siento encapsulada. Atrapada en pensamientos que pasan demasiado rápido, como escenas de una película imposible de olvidar. Esta fecha siempre me pone muy sensible, bastante… nostálgica. Recuerdo la sirena de la ambulancia, el olor a mar de tus pies y tu rostro comprensivo… resignado, aceptando tu final.

Solo oigo mi voz rebotando dentro de mí, como si hablara desde el interior de una esfera de cristal. Me veo atrapada por el hielo, y a mí misma —cuando tenía dieciséis años— llorando en el asiento, mientras los paramédicos tratan de revivirte.

Las primeras lágrimas rozan mis mejillas; me permito llorar sabiendo que estoy sola y que mi llanto se perderá con el ruido de las máquinas. Escribo estas líneas desde mi laboratorio, que más que eso, es un refugio. No sé por qué te escribí; supongo que la arena del Sahara que estamos analizando me hizo querer hacerlo. El olor a arena mojada me recordó viejas heridas. Donde sea que estés, mamá, quiero pensar que lo estarás leyendo.

Mis pensamientos se fragmentan, se quiebran como si fueran de vidrio. Todo está inmóvil, rígido y estático. El tiempo no avanza. Tengo frío. Y presiento que puedo romperme en cualquier momento. Es curioso que el recuerdo de la playa a la que tantas veces fuimos, un lugar cálido y feliz, me haga sentir tan fría, solidificada en un cuerpo de hielo.

Este trabajo exige largas horas de observación e investigación. Cuando decidí estudiar ingeniería química, tenía muchas dudas. Pensaba que tal vez debería dedicarme a algo más “femenino”. Pero tú siempre me impulsaste a seguir mis sueños. Fuiste ese empujoncito cuando debía saltar. Aquí estoy. Miro por la ventana del laboratorio: el invierno tiñe el campus de blanco. Y yo, ahora líder del equipo de química de la Universidad de Stanford, sé que he alcanzado algo más que un logro académico: he transformado mi estado.

Y hablando de eso, no es fácil pasar de un estado a otro. Se necesita energía interna. En el hielo, por ejemplo, permanece rígido hasta que algo —el calor, el tiempo, una pérdida, una certeza— provoca una ruptura molecular. A 0 °C (o 32 °F), y bajo una atmósfera de presión, las moléculas de agua reciben suficiente energía para liberarse de las fuerzas que las mantenían unidas en una estructura fija. ¿Sabías que el calor de fusión no eleva la temperatura? Sólo actúa rompiendo esos vínculos invisibles. Sólo entonces el hielo empieza a volverse agua, a ser más maleable.

Yo también comencé a romper mis enlaces cuando moriste de cáncer de pulmón. El olor a cigarro me revuelve el estómago, pero me recuerda a ti y a Ricardo, mi padrastro, quien resultó ser un degenerado al tratar de abusar de mí, días después de tu muerte. Debí decirte de sus miradas, o de las constantes insinuaciones que me hacía cuando no estabas. Él había logrado primero hacerme creer que de verdad sería ese padre amoroso que tú deseabas para mí. Las dos le creímos y lo quisimos.

¡Lástima que la ilusión duró tan poco! El cariño pronto se me convirtió en odio, en resignación. Era joven, tenía miedo… prefiero no hablar de eso, ¿qué caso tiene? Él se fue sin despedirse, dejando heridas en mí que provocaron que yo hiciera más altas mis paredes de hielo.

En cambio, a mi abuela la recuerdo con dulzura: me acogió cuando más lo necesitaba. Ella era la única a quien dejaba entrar a mi pequeño iglú mental. En los veranos calurosos preparábamos juntas helados de leche y coco, y me cuidaba desde el puente, desde donde yo me lanzaba para bañarme en el lago de la granja. En esos pequeños rituales se escondía algo de ciencia: el hielo envolvía las emociones y conservaba el sabor del coco.

Comprender al hielo, sus límites, su espera, su potencial para transformarse, me ha enseñado también a comprenderme. Es solo el primer estado. Los otros vendrán.

Ciertas fechas pueden tener resonancias personales, como hoy, por ejemplo, que son veinte años de tu partida, veinte años desde que me convertí en hielo.

Con cariño, Nerissa

2. Líquido

A mi querida madre:

No he recibido respuesta, pero no importa, tampoco la esperaba. He seguido el consejo que me diste: “Si no esperas nada de nada, no te decepcionarás, pero no dejes de soñar”. He comenzado a fluir; no soy aquella estructura cristalina dura y… vulnerable a las relaciones humanas. A sentir. Ahora aprendo, me adapto a los espacios que habito. En esta nueva etapa, he descubierto que ser líquida tiene su propia lógica: es la forma más pura de entrega.

Recuerdo cuando llegué a la universidad. La ciudad era un mapa por descifrar, y el campus, un río desconocido en el que empecé a nadar sin preguntar la profundidad. Julián fue mi primer calor, mi primer desequilibrio molecular. Bastó su risa, su forma de mirarme como si ya me conociera. Bastó eso para que se rompieran mis enlaces internos. Me derretí ante él, literalmente. La forma en la que me hacía el amor bajo la regadera era mágica, moldeados por el agua, nuestros cuerpos se hacían uno.

Te hubiera encantado conocerlo, era el “gran partido”. Ese que me contabas tantas veces en los cuentos de princesa: valiente, caballeroso, guapo, un buen novio. Bueno, al menos al principio.

En términos químicos, el agua líquida aparece cuando el hielo absorbe suficiente energía como para liberarse de su estructura sólida, pero sin alcanzar aún el punto de ebullición. Es un estado intermedio, móvil, donde las moléculas aún se atraen, pero con libertad de movimiento. Así me sentí yo: libre, pero unida, deseando agradar, acomodarme, encontrar sentido en las formas de otros.

El problema con el agua líquida es que siempre se moldea al recipiente que la contiene. Así, yo me volví el reflejo de quienes me rodeaban: mis amigos, mis profesores y, en especial, de Julián. Me fui diluyendo sin darme cuenta. Dejé de ser yo misma, perdiendo la esencia que me definía como “Nerissa”: me atrasé en mis estudios por irme de fiestas, poniendo en duda mi sueño de ser una química reconocida y respetada; dejé de usar vestidos o escotes, o de ponerme bonitos bikinis al ir a la playa, porque a Julián no le gustaba que mostrara “carne”; y por mucho tiempo me volví alguien enojada con el mundo: altanera, grosera, furiosa por las cosas que tenía y las que no. Olvidé los valores y las enseñanzas que me inculcaste, y las cosas buenas que me habían llevado a estudiar en la universidad.

Me volví de todos, excepto de mí misma. Me volví de Julián, una novia sumisa con miedo a decir lo que pensaba por temor a que él me dejara. Sentía que perderlo era perderme, que él le había regresado sentido a mi vida. Era tal la enajenación de mí misma que, cuando hacíamos el amor, ya no compartíamos nuestros cuerpos: era yo siendo poseída por él… convertida en él.

Pero también descubrí algo hermoso: el agua líquida es capaz de transportar vida, de nutrir, de limpiar. No todo fue pérdida. Hubo belleza en ese primer amor, aunque al final, al evaporarse él, quedé otra vez sola. Quizá lo importante no sea evitar el cambio de estado, sino reconocer cuándo una forma ya no nos sostiene. Sigo siendo agua, pero ahora intento contenerme a mí misma. Regresar al principio, reencontrarme y convertirme en la mujer que quiero ser. Lo merezco y sé que, a donde sea que hayas encauzado, quieres verme hacerlo.

Te quiere, Nerissa

 3. Gas

 A mi querida madre:

Escribo para pensar las cosas que no entiendo. Imagino que un día pueda darte estas cartas, me leas y conozcas de nuevo a la hija que dejaste. Que sepas cuánto he cambiado, mis logros y errores. Escribo porque necesito expresarte mis sentimientos, escribo para ser, porque hay días en los que no sé dónde estoy, ni quién soy. No tengo forma, siento que huyo, me escapo, me evaporo sin rumbo en la inmensidad del cielo. Mi equipo y yo estamos intentando descubrir el cuarto estado del agua. Las investigaciones avanzan gracias al equipo de trabajo de químicos y físicos. Hace una semana, por primera vez, encendí un cigarrillo. Yo me juré a mí misma no repetir tu historia y, de pronto, me veo con un cigarro, con tu asesino entre mis dientes. Ahora entiendo que te juzgué demasiado.

La abuela murió hace unos días y siento que mi alma no sólo ya no tiene forma, sino que se va hacia todos lados, incapaz de contenerse. Ella fue la persona que me dio luz cuando ya no estuviste. Debería llorarla, pero tengo estos informes sobre los estados del agua, y la verdad, si dejo salir las lágrimas, no pararé hasta quedar seca, y a ella no le hubiera gustado que diera todo de mí por un muerto.

Recordé dos cosas mientras fumaba el tercer cigarrillo: la abuela echándome shampoo en la cabeza, pidiéndome que cerrara los ojos mientras me sumergía en la bañera. Sus manos desprendían una fragancia a naranjas recién cortadas y se reía conmigo cuando el cabello se me pegaba al rostro. Tendría tres años, todavía una bebé. Después, me entalcó todo el cuerpo dejando mi rostro completamente blanco, me subió a sus piernas y, mientras me peinaba, sonreí al verme en el espejo. Recuerdo haberle preguntado algo sobre un corte en la palma de su mano. Ella no quiso responderme. Sin embargo, por mi perseverancia, alcancé a escuchar que dijo, un poco triste: “Tu abuelo era alguien muy malo”.

El segundo recuerdo fue más nítido, tendría apenas doce años. Tus gritos resonaban desde el dormitorio conyugal al ser golpeada por mi padrastro. Empezaste a fumar cuando te diste cuenta de que no tenías la fuerza para dejarlo: cuatro años de sufrimiento y jamás le levantaste un cargo. Quizá en el fondo sabías de las insinuaciones que él me hacía cuando salía de bañarme. El cáncer, irónicamente, fue la llave de tu libertad. No estoy molesta contigo, tampoco te odio. Al igual que las cenizas de mi cigarro llevadas por el viento, te perdoné al ser una mujer de tu tiempo. Antes de apagar mi tercer cigarrillo, recordé a Julián, a sus manos poseyéndome. Asqueada, tiré al suelo el arma silenciosa y me deshice de la cajetilla completa. Analicé los patrones familiares y entendí que el ciclo se rompe conmigo: si tengo una hija jamás dejaré que guarde silencio.

Es curioso: en la ciencia, el paso del agua líquida a gas se llama evaporación, y ocurre cuando las moléculas adquieren suficiente energía como para romper totalmente sus vínculos. Se alejan unas de otras, se esparcen al azar, ya no hay estructura ni dirección. Es un estado desordenado, libre, pero también solitario —así como yo—.

Nada las contiene, como a mí. Mientras te escribo me siento dispersa, ingrávida, evitando tocar el suelo de lo que siento.

El vapor puede elevarse, sí, pero también puede ocultar, empañar, asfixiar. Sé que este estado no es el final. Que incluso el vapor, bajo ciertas condiciones, se condensa. Quizá en eso confío: en que toda fuga, eventualmente, encuentra un punto donde volver a reunirse.

Afectuosamente, Nerissa

4. Gel

A mi querida madre:

Luego de tres largos años de investigación, por fin podemos comunicar al mundo que el departamento de investigación que yo dirijo ha encontrado el cuarto estado del agua. ¡No lo puedo creer! Mañana por la tarde daremos a conocer nuestro hallazgo; todo está preparado: los informes, los experimentos de verificación y yo, mi ser interior, por fin puedo dejar de ser hielo, líquido y gas.

No me disuelvo: el gel representa un estado de estabilidad, flexible, que tiene forma, pero no es rígido. El gel está relacionado con la regeneración, el cambio constante, la curación del ser. Después de tanto cambio de estado, me reconozco en esa textura que me sostiene sin encerrarme. Me permite ser, sin exigirme dureza.

Mamá, debo confesarte que la terapia me ha ayudado mucho a reconocerme. La investigación y los resultados —que son un desafío a los paradigmas científicos— se han convertido en mis mejores aliados existenciales. El cuarto estado del agua abre una puerta hacia la comprensión de la vida y sus misterios.

Por primera vez siento que no soy vulnerable, que no tengo que buscar agradar a los demás para ser aceptada y que no es necesario evaporarme. Descubrí algo que no sabía: los geles son sistemas coloidales. Están compuestos por dos fases: una sólida, que estructura, y una líquida, que da movilidad. Con este descubrimiento podría conseguir una beca para un doctorado en química farmacéutica.

Justo así es como me siento ahora: con una red interna que me sostiene y otra libre que todavía danza con el mundo. He aprendido a cuidarme, a amarme y a entenderme. Estoy dispuesta a abrirme al amor, pero sin disolverme en el otro. En lugar de huir de mis sentimientos, los observo con la misma atención con la que miro una reacción lenta en un laboratorio.

Tal vez este sea el verdadero sentido de estudiar la materia: aprender que todo se transforma, pero que es necesario y útil, que tiene sentido. Y así como la vida, nada es permanente; todos cambiamos conforme a nosotros mismos y a nuestros vínculos, lo que nos hace replantear el tipo de persona que queremos ser. Nuestra propia identidad, que es sólo nuestra.

Me siento más libre, como si pudiera volar. Quisiera que la abuela y tú estuvieran aquí, compartiendo este logro conmigo. Porque ustedes, con sus historias, me enseñaron a ser una mujer valiente, una guerrera, una soñadora capaz de cualquier cosa con su propia fuerza. Este descubrimiento es de las tres.

Puedo afirmar que he vuelto a mí. Mamá, ahora te entiendo cuando me pusiste el nombre de Nerissa, que significa “del mar”. Soy agua que se mueve, que vive en sus cuatro formas.

Te ama por siempre, Nerissa

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