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Entretenimiento / Virales

Valores y mezquindades del confinamiento en los tiempos del coronavirus

Francesc Ligorred Perramon*

“Cesó de pronto como había empezado, y nunca se

conoció el número de sus estragos, no porque fuera

imposible establecerlo, sino porque una de nuestras virtudes

más usuales era el pudor de las desgracias propias”.

Gabriel García Márquez,

El amor en los tiempos del cólera, 1985

Prolongo aquí y ahora la serie “Los valores del confinamiento” que vengo publicando desde mediados de marzo en la prensa comarcal catalana (Diari de Manlleu y El9NOU) donde me refiero a cuestiones como la vida y la muerte, la criba y el liderazgo o los sensores infrarrojos y los asintomáticos, de la misma manera que podría hablar de liberación estratificada, “a pie de cama”, PCR y Ertes, tasas de letalidad, inmunidad de grupo, telesoporte psicológico, desescalada, incineraciones exprés, casos importados, mascarillas higiénicas y quirúrgicas, acompañamiento emocional, operaciones no salida y bíblicas arcas de Noé.

Ya pasó el Domingo de Ramos con un Vaticano desierto sin Vía Crucis y Pasiones, pero sí con el austero cardenal de Barcelona Juan José Omella predicando sin caretas de la belleza del amor –citando Dostoievski–, de los imprescindibles –citando Brecht– e invocando la fraternidad y la solidaridad como antídotos frente a los virus de las treinta monedas y de la economía sumergida; un Omella confeso devoto de su coterráneo Buñuel, el cineasta de los “olvidados y del “soy ateo gracias a Dios”. El Papa Francisco, en su Santa sede, encomendaba al catolicismo, al milagroso Cristo de San Marcello al Corso y la Pascua se celebraba con más pena que gloria, reconvirtiendo la dulce “mona” catalana en mono aullador. La fiesta de Sant Jordi (23 abril), la más popular en Catalunya, ha quedado confinada virtualmente en libros blancos sin abrir y en rosas rojas sin perfume; la Mare de Déu de Montserrat (27 abril), patrona de Catalunya, cierra su camerino a los besos de feligreses, enmudece el Virolai (Rosa d’abril, morena de la serra,…) de los niños cantores de la Escolania y aísla a los monjes montserratinos a orar en sus precintadas celdas. Dado que el protagonismo de la iglesia en tiempos de pandemias tiende a ser reaccionariamente caritativo, viene a colación el contundente enunciado del premio Nobel caribeño: “Desde el colegio tenía la convicción de que la gente de iglesia carecía de cualquier virtud inspirada por Dios”. El mundo del deporte también ofrece ridículas ruedas de prensa en las que los ejercicios mentales superan con creces a los esfuerzos físicos. El Tour de Francia quiere corr(o)erse a “carretera cerrada” y en Wimbledon se suspende el elitista torneo de tenis, porque el pasto –hierba– solo luce green en esta época del año en la campiña inglesa. Futbolísticamente la posposición de la Eurocopa deja sin goles y sin arbitraje Champions, ligas y copas, mientras los nipones Juegos Olímpicos del 2020 se (o no se) celebrarán el 2021 y los GP de motos y de coches han quedado sin formulas y sin circuitos; el baloncesto, la natación, el atletismo, el piragüismo, el boxeo, etc. aplazan (des)encuentros, dizque, hasta la próxima temporada. Pensándolo bien, ¡qué ahorro de viajes en tren, bus y avión que cada tres días o cada fin de semana desplazan (o desplazaban) equipos infantiles, juveniles, amateurs y profesionales a lo largo y ancho de Catalunya y del Occidente (in)civilizado! La imaginación oriental ya va llenando gradas de estadios y pabellones deportivos de espectadores de cartón-plástico y de robots equipados con playeras y sudaderas de los respectivos contrincantes. Ésta quizás podría ser una solución honrada para centenares de entidades que ayer despilfarraban los euros en fichajes y hoy casi no tienen oxígeno para sobrevivir; el internacionalizado club catalán, el Barça, está lesionado por los ertes y con la directiva y los socios en baja técnica.

Por lo que se refiere a las actividades culturales, mejor ser clar i català (transparente): los buenos escritores siguen escribiendo, los buenos músicos siguen componiendo y tocando, los buenos pintores pintan, los buenos actores actúan y los buenos escultores esculpen. Se han frenado, eso sí, las mil y una presentaciones de libros, las mil y una exposiciones pictóricas, los mil y un festivales de música, teatro y cine. ¿Era, tal vez, una programación exagerada? Las Culturas con mayúsculas y en plural son necesarias para la vida de las personas, pero los centenares de plagios eran y son prescindibles. El Govern de la Generalitat propone un Sant Jordi virtual y otro en fechas estivales,… sin comentarios. El sector educativo, herido de concertación, se debate entre los limitados cursos online, ajenos a muchas familias empobrecidas –también en Catalunya–, desde párvulos a las aulas universitaria y entre el pasar página viral con un aprobado general por decreto; por cierto, esta solución ya se dio a mitad de los años setenta del siglo pasado a raíz de una huelga indefinida antifranquista.

La hibernación política del Govern y del Parlament de Catalunya, aunada al autoconfinamiento del President Quim Torra en la Casa dels Canonges –anexo celestial del terrenal Palau de la Generalitat–, nos hace sospechar que el neoindependentismo de la última década no ha aprendido la lección de los calientes otoños de 2017 y 2019 y ahora reincide por la inoperancia en esta primavera del 2020, olvidando que el verdadero republicanismo solo puede ser aquél que deje de practicar astucias convergentes (herederos de Jordi Pujol) y aplique acciones convincentes. Lo cierto es que los recortes socioeconómicos –privatizaciones– decretados en la última década por los sucesivos gobiernos conservadores democratacristianos (de Mas a Torra, pasando por Puigdemont) ha (re)convertido a la Catalunya capdavantera, progresista y moderna, en una sociedad desindustrializada con limitaciones tecnológicas y sustentada en sectores tan fluctuantes y volátiles como el pequeño y mediano comercio y los servicios (por ej., turismo). Parecería que el llamado procés d’independència, lejos de obtener independencias ha consolidado dependencias al dañar las tres exclusivas competencias autonómicas del Govern, a saber, la educación, la seguridad (Mossos d’Esquadra) y, atención! –donde más duele–, la sanidad. La obsesión de algunos líderes catalanes de refugiarse, en esta etapa contagiosa, en los “ejércitos de salvación” de los partidos ultraderechistas flamencos, daneses, quebequenses, lombardos o eslovenos y en los gobiernos autonómicos españoles del neofranquista PP –concretamente el de la CC.AA. de Madrid–, lleva a pensar, sin recurrir a la astucia, que alargando el confinamiento, unos y otros, quieren perpetuarse en el poder y que cierto fingido monolingüismo folklórico lo que realmente esconde es analfabetismo sociopolítico.

En estas condiciones estructurales parece inviable que la tediosa y diaria escenificación –rueda de prensa– de algunos líderes catalanes, “Torra-Budó-Buch-Vergés-Canadell”, pueda driblar a la alineación catalana aliada del Estado español. Me refiero a Meritxell Batet, presidenta del Congreso de los Diputados; a Salvador Illa, ministro de Sanidad; a Josep Borrell, alto representante para la política exterior europea; a Cristina Gallach, comisionada para la Agenda 2030; a Teresa Cunillera, delegada del gobierno español en Catalunya; a Núria Marín, presidenta de la Diputació de Barcelona, y a Ada Colau, alcaldesa de la capital catalana. Por no hablar del doctor Antoni Trilla, Cap d’Epidemiologia de l’Hospital Clínic y miembro del comité científico español que preside el somarda aragonés Fernando Simón y de Pere Godoy, presidente de la Sociedad Española de Epidemiología. Siguiendo la tradición militarista catalana, si de ayer recordamos al capitán Gaspar de Portolà y al general Prim, ambos con episodios mexicanos, así como a los republicanos President Francesc Macià, teniente coronel de las fuerzas armadas españolas, y al President Lluís Companys, ministro de Marina; hoy el jefe del estado mayor del Ejército español es el general Miguel Ángel Villarroya Vilalta, nacido en la catalana comarca del Montsià, un aviador para quien “cada día es lunes” y para el que “todos somos soldados”. Desafortunadamente, Catalunya no solo carece de estructuras de estado, sino que está dirigida por un gobierno impotente que se llena la boca con verbomaníacos criterios sanitarios y económicos faltos de cualquier criterio político republicano, enredando los ConfinApp con los naps amb peu de porc (nabos con manitas de k’éek’en –cerdo–). Suerte que la fundación World Central Kitchen, del asturiano-neoyorquino chef José Andrés reparte menús a los marginados de Barcelona bajo la divisa “Separados pero no solos”. Los mezquinos enfrentamientos entre algunos dirigentes del estado español y del gobierno catalán, confundiendo centralización con sumisión y legitimidad con imbecilidad, ha llegado a mezclar no solo hospitales públicos con hospitales de campaña y fuerzas de emergencia con fuerzas de ocupación, sino, más triste todavía, muertos censados y no censados, cadáveres refrigerados e incinerados, fallecidos positivos y negativos, cuerpos testados y atestados. Escribía, Jordi Solé, en el cuento especulativo “No hi cabem?”: “No se puede controlar la población mediante el antiguo autoritarismo, ya que más pronto que tarde las fuerzas sociales acaban derrocando cualquier dictadura, pero, en cambio, se puede reconducir el pensamiento y las ideologías de la gente, haciendo como ya nos anunció el gran maestro Huxley, que la gente desee y ame incluso su propia destrucción”. (Traducción: FLP).

A veces los valores, que los tiene, del confinamiento, han desembocado en las miserias retóricas de políticos cobardes encorvados y encorbatados no solo en Catalunya o en España, también en ese búnker silencioso que ha sido y sigue siendo el Parlamento Europeo. ¿Dónde están los parlamentarios de Bruselas y Estrasburgo y los tribunales de Luxemburgo que dicen representar a la ciudadanía de un envejecido continente? No hay mejor escondite que las video conferencias, que los contactos telemáticos, que la reticencia a los “coronabonos”; la deshumanización de la política puede traer consecuencias sociales y culturales irreparables y, por qué no, despertar procesos revolucionarios. Europa, una Europa neocolonial que ha vivido demasiado tiempo alejada del mundo y que descubre que ejecutando solo transacciones financieras no puede sobrevivir; su futuro depende de ese otro mundo real, empobrecido pero vivo, que representan muchos pueblos de Asia, de África y de América, el mundo profundo de anteayer ya es el mundo de hoy, el único mundo con mujeres y hombres que han luchado y siguen luchando por la paz, la justicia y la libertad. Un mundo que no se queda ni puede quedarse en casa y que sabe que saldrá adelante, porque ha vencido temblores, tsunamis, inundaciones, sequías, incendios, pobreza, humillación, guerras, plagas y epidemias. Europa descubre a golpe de virus que no es nada más –ni nada menos– que una península asiática y que sin una efectiva descolonización interna, Catalunya y/o Europa, no podrá liberarse externamente, aunque, como vengo insistiendo, “los pueblos siempre son independientes”.

Otro cul-de-sac –genuina expresión catalana– de esta pandemia incontrolada se ha manifestado en las “residencias”, las primeras residencias son la de la “gente mayor”, y las segundas son las jaulas de ladrillo, botín de especuladores y refugio de urbanitas que contaminan el bello paisaje de los valles pirenaicos (Cerdanya) y las playas mediterráneas (Costa Brava). Las residencias de abuelas –más que de abuelos– dibujan en Catalunya un capítulo trágico, han sido el ring político con asaltos miserables como el que culminó con el manipulado traspaso de esta competencia sensible del departamento de asuntos sociales al sistema de salud; en estos espacios residenciales de tristeza ha sido la bioética, aplicada con sabiduría por los profesionales de la sanidad, la que ha cerrado las puertas al colonialismo y al dolor y ha abierto las ventanas de la esperanza a una vida y a una muerte dignas. Asuntos como el del laberinto del repartimiento de mascarillas, el desconfinamiento infantil y adolescente o el del recuento de víctimas, deberían obligar a que el actual Govern de la Generalitat deba explicarse –o no– antes de unas elecciones “autonómicas” inaplazables y si es necesario telemáticas. Entristece leer en la prensa regional esquelas con lemas como “Víctima de la mala gestión de la crisis sanitaria Covid-19”. Añado aquí, morbosamente, las divagaciones sobre la vejez de uno de los personajes –doctor– de la novela de García Márquez: “Pero mientras se llegaba a ese grado de caridad, la única solución eran los asilos, donde los ancianos se consolaban los unos a los otros, se identificaban en sus gustos y sus aversiones, en sus resabios y sus tristezas, a salvo de las discordias naturales con las generaciones siguientes”. Y es que “Los adultos a partir de cierta edad, o bien tenían los síntomas sin las enfermedades, o algo peor: enfermedades graves con síntomas de otras inofensivas”. Y concluye: “Los viejos, entre viejos, son menos viejos” y “La humanidad, como los ejércitos en campaña, avanza a la velocidad del más lento”.

Estos días de confinamiento, plenos de los valores del tiempo y del espacio, hemos visto niños entreteniéndose solos, hemos visto (re)pasear mascotas agotadas, hemos visto en plena crisis pulmonar abiertos los estancos de tabaco, hemos visto como la virulencia pandémica proveniente de Hubei se encarnizaba en superpobladas áreas como Lombardía-Véneto, Catalunya, Castilla-Madrid, regiones de Francia y del Reino Unido para cruzar en crucero o en portaaviones el Atlántico contagiando de muerte New York y alrededores. La COVID-19 que nos asedia, confina, enferma y mata, ha viajado desde el nido de Wuhan a la incubadora de Bérgamo, desplazándose de este a oeste por un sakbej tan definido como la ruta de la seda. Ni Italia aprendió de China, ni España de Italia, ni Francia de España, ni Inglaterra de Europa, ni Estados Unidos del mundo. No se puede afirmar que este virus del siglo xxi sea selectivo, pero quizás sí caprichoso, pues ahora requiere de millones de mascarillas, guantes, respiradores, tests, sensores y robots. China, como productor y gran almacén asume el poder profiláctico de Occidente en alianza con Vietnam, Rusia, Grecia, Turquía, la India, Cuba o Venezuela, aliados estratégicos. Ahora están en búsqueda y captura los asintomáticos positivos y los sintomáticos negativos, mientras las disputas científicas regionales, estatales e internacionales son ya tan contagiosas como las revanchas políticas y las humillaciones económicas. Dentro del Eurogrupo, los grecolatinos del sur y los germano-vikingos del norte desvelan sus vergüenzas y miserias cuando comprueban que puede haber política, educación, arte e, incluso, deporte online pero que, era de preveer, las vidas y los virus están siempre offline. Las redes –las invasivas xarxes catalanas– son prisiones con señuelos, ya que la libertad solo se halla fuera de las redes, contemplemos si no a los pescadores y a los peces.

Confinado, yo mismo, en este panorama de antes y durante la batalla –también de la desalarmada– recuerdo, desde la hamaca, aquellos años noventa fundacionales del Casal Català de la Península de Yucatán, donde las festividades de Sant Jordi y de la Verge de Montserrat se unían en una fiesta de abrazos, cantos, bebidas y viandas hoy por hoy prohibidos ante la atenta protección de la heroína mexicana “Susana Distancia”. Aquellas reuniones fueron posibles gracias a que la familia Sánchez-Comín del Hotel Dolores Alba brindó como sede del Casal un espacio exquisito y entrañable en el mero centro de Mérida, con don Antonio y doña Quimeta de amables anfitriones. Ha sido en el suplemento Unicornio donde desde entonces he venido difundiendo algunos aspectos de esta festividad etnocultural tan arraigada en Catalunya. El 27 de abril de 1997 publiqué el exhaustivo artículo “Presencia catalana en la península de Yucatán. Breve (re)visión antropológica” para continuar, entre otros, con “Historias de abril, leyendas de San Jorge (De Casals, dragones, libros y rosas)” (2013); “Trilingüismo poético transoceánico (El Virolai y la leyenda de San Jorge)” (2015); “El 23 de abril: Casal, Sant Jordi, flores y versos” (2017) o “Catalunya: entre el “judici del procés” y una sentencia de Estado (Un sant Jordi –23 abril– en martes)” (2019). En estos días es fácil imaginarse al legendario Sant Jordi / San Jorge fulminando al dragón-serpiente con su lanza, pero encomendado a otra desesperada aventura: matar a la Covid-19, esa o ese (SOS) coronavirus que atemoriza, por igual, a la diezmada comarca de la Conca d’Òdena (Igualada) que al cosmopolita barrio del Bronx. Pero, como en las tradiciones orales mayas que escuché allá por los años 1982-1984 en el Puuc, la Historia tiende a confundirse –o fundirse– con las leyendas, y las leyendas tienden a esclarecer –o oscurecer– la Historia. Roguemos –de rogar y de rezar–, que el amante guerrero Sant Jordi no persiga a los pacíficos y sabrosos pangolines asiáticos ni a los simpáticos y simbólicos weech –armadillos mayas– y sí aniquile a los invisibles y mortíferos dragones coronavirales.

Son, finalmente, las frases más sencillas las que nos descubren la realidad de la vida, de las vidas de todos. José Zapata, el “Chino”, un amigo tertuliano de cantina yucateca, buen conocedor, por cierto, de la idiosincrasia catalana, me escribía hace pocos días: “Lo único que nos queda es cuidarnos, aunque no sabemos en donde se encuentra el bicho esperándonos, es algo increíble, en estos momentos muchas cosas dejan de valer, sobre todo lo material, el egoísmo y cosas de ese tipo; por fortuna hay mucha gente buena que está luchando para que esto termine, esperemos que pronto”. La gente buena, todos sabemos quienes son y no es necesario hacer listas porque, por suerte, serían infinitas; la gente nociva –preciso adjetivo– también sabemos quienes son, son pocos pero los hay aquí, allá y acullá; antropológicamente les llamo coloniales. Creo, desde la observación constante, que están en vías de extinción y ésta sí que es una especie que no merece protección ni vacuna alguna; ¡todas y todos nos jugamos el futuro! Hace unas semanas el ilustre periodista vasco Iñaki Gabilondo en su programa “Volver para ser otros” presentaba las reflexiones de sabios invitados médicos, psicólogos, artistas, científicos y economistas en las cuales las respuestas sociológicas a la pandemia actual –vacuna aparte– implicaban revisiones antropológicas globales sin precedentes. El periodista partía de la situación de confinamiento como “una reunión de topos”, a la vez que se preguntaba qué efectos individuales y sociales tendrá este periodo de enclaustramiento en el futuro y para toda una generación. Estas reflexiones pueden reanimarnos hoy que estamos “poco” confinados y nos pueden vacunar para mañana que seremos (o no) más libres, asumiendo, pero, que “Aquí no escarmienta ni San Pedro como no le pase a él mismo”.

Me enseñaba don Virgilio Canul, un maya sabio, nonagenario y ciego de Pustunich, en 1983: “Los recuerdos son tristes, pero vale la pena recordarlos”. Otro Virgilio, el poeta mediterráneo, hace siglos sentenció: “Felix qui potuit rerum cognoscere causas” (Feliz aquel que llega a conocer las causas de las cosas”. Tiempo faltará, pues, para descubrir si hemos sobrevivido a una pandemia global o hemos padecido una epidemia occidental, tiempo sobrará, pues, para hablar de la vida y de la muerte y de las festividades de verano, de otoño y de invierno, de este, no lo olvidemos, año bisiesto!

Manlleu, Catalunya, 19 abril 2020

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