Jorge Lara Rivera
En los días finales de enero ha tenido lugar en Jerusalén, Israel (miércoles 23) y luego en Oswiecim, Polonia (lunes 27), la septuagésima quinta conmemoración de la liberación, por el Ejército Rojo de la entonces Unión Soviética, de 200 mil prisioneros judíos en el gigantesco campo de concentración de Auschwitz. Simultánea al foro económico de Davos, Suiza, la cita de Oriente Medio logró reunir a representantes de 40 países, entre ellos los presidentes Vladimir Putin (Rusia), Emmanuel Macron (Francia) Frank-Walter Steinmeier (Alemania), Alberto Fernández (Argentina), el rey Felipe VI de España, el príncipe Carlos (del Reino Unido) y el vicepresidente Michael Pence (Estados Unidos) con Reuven Rivlin y Benjamin Nethanyahu, presidente y primer ministro de Israel, respectivamente.
La reunión en Europa contó con la asistencia de 200 víctimas sobrevivientes al Holocausto a quienes acompañaron los presidentes polaco Andrzej Duda y alemán Frank-Walter Steinmeier, así como los reyes de España y líderes espirituales judíos, cristianos y musulmanes, con la notable ausencia del presidente ruso Vladimir Putin debida a la tensión en las relaciones bilaterales ruso/polacas. De tan monstruoso resultaba increíble el acopio de información que a precio de sangre y sorteando toda clase de obstáculos llegó, un par de años previos, a Londres en el apogeo del poder hitleriano desencadenado sobre Europa, alertando acerca del exterminio sistemático que la Alemania nazi había emprendido contra el pueblo judío.
El continente, ocupado por los ejércitos del llamado Tercer Reich, puso en marcha la operación del denominado “Libro Blanco” o “Solución Final del Problema Judío” encontrando apoyo más o menos abierto, aunque también resistencia de la población civil de los países ocupados, que durante siglos hizo de los hebreos su chivo expiatorio para los desastres más disímiles (Roma jugó un papel ambiguo con respecto a Hitler, por compartir su anticomunismo, mas se opuso al genocidio). Pero en ningún lugar como en Polonia el extermino obtuvo mayor colaboración. De ahí que en su territorio se instalara la más siniestra y gigantesca fábrica de muerte como el complejo de Auschwitz-Birkenau (tal vez por eso no se invitó a tomar la palabra en la ceremonia jerosolimitana al actual presidente de ese país, Andrzej Duda, quien por ello declinó asistir). Sólo en ese campo, se estima, fueron asesinadas más de 2 millones de personas entre quienes, además de judíos, se masacraba a gitanos, homosexuales, católicos opositores al régimen hitleriano, discapacitados; cifra equivalente a 1 tercio de la población judía en Europa. Otras fuentes calculan 1 millón 100 mil asesinatos, de los cuales el millón de homicidios se perpetró contra judíos.
Partidos ultraconservadores, fascistas y neonazis a lo largo y ancho del mundo e Irán (que rechaza las acusaciones de antisemitismo pero proclama como objetivo nacional “destruir a Israel” y “arrojar ese pueblo al mar”) continúan negando o minimizan hasta hoy ese genocidio –contra la evidencia y multiplicidad de fuentes– el cual, paradójico, contribuyó a la decisión internacional de dotar a los israelitas de un hogar nacional en donde estuvo su patria 2 mil años atrás, ocupada para entonces por árabes, origen del complejo problema de los desplazados palestinos que se agudizó con las 4 guerras que el moderno Israel ha librado con sus vecinos árabes (Siria, Líbano, Jordania, Egipto e incluso tropas expedicionarias de Irak) y cruentamente con los reclamos palestinos, causa de resoluciones (242, 478) en la ONU que han sido reiteradamente violadas por las partes. Precisamente un nuevo plan de paz para el Medio Oriente –pretenciosamente denominado “Acuerdo del Siglo”– recién dado a conocer (martes 28) por el presidente estadounidense Donald Trump que para superar la partición de 1947, las demarcaciones de la “Línea Verde” (1949) y los “Acuerdos de Oslo” (1993 y 1995) contempla la creación de un Estado palestino independiente con el doble del territorio actual y capital en Abu Dis a las afueras de Jerusalén Este y “peculiaridades” muy cuestionables (intercambio de tierras, un túnel subterráneo que una la Franja de Gaza con la Cisjordania el territorio mayor palestino, inversiones internacionales multimillonarias –50 mil millones de dólares– para su desarrollo) ha encontrado el consabido abierto rechazo de la Autoridad Palestina, la contrariedad de Siria y la previsible descalificación de Irán (país que niega el Holocausto), así como la comprensible oposición de Jordania, afectada por aquél ya que alberga a la mayoría de los desplazados palestinos, y también con la descalificación de Líbano, el otro país receptor de refugiados palestinos y en cuyo gobierno se ha instalado el grupo Hezbollá, el cual cuenta con apoyo iranio. La Liga Arabe ha sido convocada con urgencia para oponerse, pero esta vez, Omán, Bahrein, los Emiratos Arabes Unidos, Arabia Saudita y Egipto que subvencionan a los refugiados han acogido, aunque con cautela, la iniciativa de paz.