
Al aspavientar acerca de la fecha de celebración de la victoria sobre el fascismo en la Segunda Guerra Mundial (IIGM), el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, activó la alarma de incendio… donde no había ningún fuego. La verdad es que, aunque durante la Guerra Fría, hubo fuerzas políticas y mala prensa que atizaron un debate tóxico sobre el ganador de la IIGM, no conozco que, al respecto haya existido un diferendo oficial entre los gobiernos de Estados Unidos y la exUnión Soviética sobre hechos ocurridos hace 80 años, cuando ellos eran aliados y formaron parte de un intenso proceso plagado de urgencias y peligros que, en esencia, fue fraternal.
A la pregunta de: ¿quién ganó la IIGM?, yo respondo: ¡ambos!, cosa que hago porque conozco que la victoria, al igual que la guerra, no fue un hecho aislado, sino un proceso de dimensiones y complejidades enormes que involucró a 60 países de tres continentes y cientos de locaciones, algunas enormes, en las cuales, los comandantes en operaciones, adoptaron miríadas de decisiones. Al final de la guerra, ello se manifestó en la necesidad de aceptar la rendición de Fuerzas alemanas en diferentes regiones y países, lo cual da lugar a superposiciones y confusiones que se magnifican y dañan cuando, de mala fe, se manipulan.
La verdad la cuento yo
La situación apuntada se acrecentó en Europa, no así en el Pacífico ni en China, por el hecho de que los líderes políticos que conducían la guerra, Franklin D. Roosevelt, Iósiph Stalin y Winston Churchill, acordaron la apertura del Segundo Frente en el occidente de Europa.
El lugar seleccionado fue Francia porque era asequible a un desembarco naval y aerotransportado desde Inglaterra y abría rutas terrestres por Europa occidental hasta Alemania. Entre tanto, las tropas soviéticas, después de liberar a su inmenso país y literalmente partirle la columna vertebral a Alemania, sin todavía derrotar completamente, avanzaron por Europa Oriental, hasta llegar a Berlín e iniciar el asalto cosa que ocurrió el 16 de abril y concluyó el 2 de mayo.
Rendición y victoria
Por esa fecha, cuando las tropas nazis agonizaban y daban patadas de ahogados, el 30 de abril Hitler se suicidó y dejó en su cargo, en calidad de sucesor, al almirante, Karl Donitz que, en aquel momento no estaba en Berlín y se enteró por telégrafo. Sin sede ni cuartel general, el Gobierno alemán se estableció allí donde estaba Donitz, que fue la ciudad de Flensburgo. Por esa razón, al Gobierno se le llamó Gobierno de Flensburgo que, dicho sea de paso, nadie reconoció, especialmente no lo hicieron soviéticos ni norteamericanos que, no obstante, asumieron al almirante Karl Donitz como interlocutor para ulteriores gestiones porque alguien tenía que ser.
A partir de ese minuto comenzó una cascada de rendiciones locales en Europa, primero fueron países, Italia y Francia y otros, y luego los comandantes en operaciones. No necesito decir que allí, donde los alemanes levantaron bandera blanca, se festejaba porque para las tropas y los lugareños, la guerra terminaba. Con frecuencia se levantaban actas. Ante lo que he mencionado como una cascada de rendiciones, se crearon confusiones enormes porque la espuria dirección alemana, favorecía las rendiciones de sus fuerzas ante los aliados en Occidente, mientras instaban a las Fuerzas en los frentes orientales a seguir combatiendo contra los soviéticos.
En esta caótica situación, el general y futuro presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, determinó que no se concertaran más rendiciones parciales, ordenando que el Gobierno de Dönitz enviara representantes al Cuartel General Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada para acordar los términos de una rendición general de todas las Fuerzas alemanas ante todas las potencias aliadas, incluyendo a los soviéticos. Eisenhower no tuvo la intención de excluir o suplantar a los soviéticos, sino de poner orden.
El 6 de mayo, el representante de Dönitz le informó que Eisenhower insistía en una rendición inmediata, “simultánea e incondicional en todos los frentes” (obsérvese que se trata de unidades en combate y no del estado alemán). Así, el general Alfred Jodl fue enviado a Reims para intentar persuadir a Eisenhower que, no sólo mantuvo su decisión, sino que anunció que, de no haber una capitulación completa, reanudaría la ofensiva contra las posiciones de los alemanes. Ante la advertencia, Donitz, respondió autorizando para firmar el instrumento de rendición incondicional que Eisenhower le pusiera delante.
Obviamente, Eisenhower se refería al área en la cual actuaban las tropas bajo su mando, porque naturalmente no podía hacerlo en los frentes y países donde operaban las tropas soviéticas. Entre otras cosas, porque las distancias eran inmensas, los horarios diferentes y las situaciones específicas muy distintas. En todos los casos eran comandantes que se respetaban mutuamente. Por añadidura, nunca en toda la IIGM hubo un mando unificado. Seguramente, en aquellos días, en las operaciones concretas, en sus frentes respectivos, Stalin, el mariscal Gueorgui K. Zhúkov, comandante de las tropas de la Unión Soviética, y todos los comandantes soviéticos deben haber enfrentado problemas análogos y adoptado disposiciones semejantes. No obstante, la toma de Berlín, la rendición incondicional del estado alemán y todas sus fuerzas, y la victoria completa sobre el fascismo eran otra cosa.