
Por las calles soleadas, bajo el implacable sol campechano, suena una campanita que es alivio y nostalgia. Su tintineo anuncia la llegada del “heladero”, ese personaje infaltable de las colonias populares, quien, montado en su triciclo y bajo una sombrilla descolorida, lleva consigo el antídoto más dulce contra el calor: el helado artesanal.
En Campeche, donde el clima cálido parece instalado de forma permanente, los métodos para refrescarse se han vuelto parte del paisaje cotidiano y de la identidad local. Los sabores tradicionales como coco, mamey, tamarindo o vainilla con canela no solo sacian el antojo, también reviven la memoria de la infancia.
Quienes caminan por el Centro Histórico pueden encontrar a estos guardianes del sabor bajo la sombra de un portal o en alguna esquina de la calle 59, donde los helados esperan pacientes en vitrinas de metal. Sobre avenidas como la Resurgimiento, camino a Lerma, o en la transitada Colosio, los puntos de venta se replican como oasis urbanos, donde los paseantes se detienen a mitigar el bochorno.
Pero si de frescura con chispa se trata, las chamigomas se han ganado su lugar en el podio. Con base de paleta de hielo machacada, bañada en chamoy, Miguelito y decorada con gomitas, esta explosión de sabor es favorita en parques y barrios tradicionales, donde los niños esperan ansiosos su turno para pedir una.
Y claro, están los clásicos raspados, con jarabes de uva, limón, fresa o grosella, vertidos con generosidad sobre el hielo recién rallado. Este manjar es indispensable en cualquier tarde campechana, especialmente cuando el termómetro se niega a bajar.
Las autoridades de salud, por su parte, recomiendan hidratarse constantemente y evitar la exposición prolongada al sol, para prevenir golpes de calor o descompensaciones, comunes en esta temporada. Pero más allá del llamado oficial, los campechanos ya saben que no hay mejor defensa que una buena cucharada de helado frío y la sonrisa de quien lo sirve.