
Una de las imágenes más poderosas y memorables del papado de Francisco tuvo lugar el 10 de abril de 2020, cuando el mundo enfrentaba los primeros y más inciertos momentos de la pandemia de COVID-19. En aquella jornada, durante un Viernes Santo sin precedentes, el Sumo Pontífice caminó completamente solo por la vastedad de la Plaza de San Pedro, en una escena que capturó la desolación y el temor de una humanidad confinada.
En un espacio normalmente abarrotado por miles de fieles y peregrinos, Jorge Mario Bergoglio presidió la ceremonia del Vía Crucis en un Vaticano vacío, creando una imagen que rápidamente se convirtió en el símbolo visual de la crisis sanitaria mundial y de la respuesta espiritual ante ella.
Un momento histórico en medio de la crisis
Para abril de 2020, Italia se había convertido en el epicentro europeo de la pandemia, implementando estrictas prohibiciones de aglomeraciones y reuniones para contener los crecientes contagios del coronavirus. El país estaba sumido en un riguroso confinamiento que transformó lugares emblemáticos, como la Plaza de San Pedro, en espacios fantasmales.
La tradicional imagen de multitudes agolpándose para recibir la bendición papal fue reemplazada por la solitaria figura del Papa Francisco, quien cargaba en sus hombros la responsabilidad del consuelo y la necesidad de dar fortaleza espiritual en uno de los momentos más desafiantes de la historia reciente.

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Esta escena, que recorrió el mundo entero y conmovió tanto a creyentes como a no creyentes, se ha convertido en una de las más recordadas del papado de Francisco, simbolizando su capacidad para estar presente en los momentos de mayor necesidad de la humanidad, incluso cuando la proximidad física era imposible.
Cinco años después de aquel emblemático momento, el mundo despide a Francisco recordando no solo esta poderosa imagen, sino también agradeciendo su labor pastoral y su constante esfuerzo por acercar la Iglesia a quienes más sufrían durante aquellos tiempos inciertos.