
En Yucatán, la vejez no es sinónimo de descanso. Para miles de personas mayores de 60 años, esta etapa representa una lucha diaria por mantenerse en pie, muchas veces sin pensión, sin atención médica garantizada y con responsabilidades familiares que no cesan. A pesar de ello, siguen siendo el pilar de muchos hogares. Cocinan, cuidan nietos, pagan recibos y, con frecuencia, también prestan dinero.
Actualmente, el 14% de la población del estado supera los 60 años, una proporción que ya está por encima del promedio nacional (12.4%) y que va en aumento. Pero esta transición demográfica ocurre en un contexto de abandono institucional, desigualdad estructural y políticas públicas aún rezagadas. Un estudio de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) revela que apenas el 35% de las personas mayores en Yucatán cuenta con una pensión derivada del trabajo formal.

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“Lo demás es sobrevivencia”, afirma la doctora Gina Villagómez Valdés, investigadora de la UADY y coautora del informe “Autonomía en la vivienda y el barrio en la vejez”. El resto de la población adulta mayor vive con apoyos estatales, la ayuda de familiares y redes comunitarias —cuando existen—, especialmente en los municipios fuera de Mérida o entre quienes viven solos, un grupo que representa el 18% de los adultos mayores del estado.
Uno de los hallazgos más reveladores del estudio es la llamada “transferencia inversa”. Lejos de ser receptores pasivos, muchos adultos mayores siguen sosteniendo a sus familias: “Cuidan a los nietos, hacen préstamos, pagan servicios, cocinan, acompañan emocionalmente… Hay una entrega continua de recursos materiales y afectivos”, detalla Villagómez.
En colonias como La Huerta, Itzimná o Jardines de Mérida —identificadas como zonas de alta concentración de adultos mayores—, se repite el mismo patrón: mujeres viudas o solas, encargadas del hogar, que no sólo cuidan, sino que también enseñan, organizan y resuelven.
A todo eso se suman los gastos: medicamentos, pañales, glucómetros, sillas de ruedas, servicios médicos particulares o transporte adaptado. “La vejez se ha convertido en un negocio”, sentencia la investigadora. “No hay regulación sobre el costo de insumos geriátricos ni apoyos institucionales reales, sobre todo en municipios fuera de la capital”.

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La situación es aún más dura para las mujeres. Si bien viven más años que los hombres (hasta 76 en promedio), también enfrentan más tiempo en condiciones de pobreza, viudez o dependencia. “Cuidan hasta el final, y cuando les toca ser cuidadas, muchas veces están solas”, afirma Villagómez.
La propuesta de las investigadoras es clara: crear una política pública integral que reconozca la autonomía, la dignidad y la participación activa de las personas mayores. No se trata sólo de adaptar baños o construir albergues, sino de garantizar transporte accesible, centros de salud comunitarios, tecnología inclusiva y redes de cuidado con enfoque de género.
En 28 municipios del estado, como Cenotillo (20.2%), Calotmul (17.8%) o Dzemul (17.6%), el porcentaje de personas mayores supera el 14%, lo que convierte a estas localidades en las más envejecidas de la entidad. “La transición ya está ocurriendo. El país envejece, y si no hacemos algo ahora, la precariedad se volverá norma para millones”, advierte la doctora.
Mientras tanto, en silencio y con esfuerzo, miles de personas mayores siguen resistiendo. Algunas viven solas. Otras con sus nietos. Todas tienen algo en común: no son el pasado. Son el presente de muchas familias en Yucatán.